
Este jueves en el estadio Monumental, Lionel Messi empezará a irse del fútbol. Frente a Venezuela jugará por última vez en la Argentina por las Eliminatorias Sudamericanas que viene disputando desde hace veinte años. Despues, quizás haga otros dos: una eventual despedida de la Selección previa al Mundial tripartito del año venidero y su propio partido homenaje que tendría lugar en el segundo semestre de 2026.
Pero a diferencia de lo que sucedió a mediados de los años noventa, cuando Diego Maradona dejó de jugar en la Selección, no se percibe ahora una sensación de vacío como la que se percibió en aquel momento lejano. Acaso porque el título del mundo, el bicampeonato de América y el primer puesto en el ranking de la FIFA han espantado todos los fantasmas. Y son la mejor demostración de que el equipo si lo necesita a Messi pero ya no depende de él: el equipo mismo tomó la posta de su reemplazo. Así fue cada vez que él no estuvo. Y así será cada vez que él no esté.
De hecho, la mejor actuación de este ciclo, la goleada 4 a 1 a Brasil en el Monumental, sucedió con Messi ausente. Y otros resultados importantes (victorias de visitante ante Bolivia en la altura de La Paz y Uruguay en el estadio Centenario) se dieron sin el capitán en la cancha. Luego de la Copa del Mundo del año que viene y seguramente con un nuevo entrenador, el fútbol argentino deberá encarar el rearmado inevitable de la Selección. Podrá hacerlo sin la ansiedad por buscarle un heredero al supercrack rosarino. Los genios no dejan herencia. Y no hay mejor socio de un equipo que el equipo mismo, la fortaleza de su idea de juego y su convicción ganadora.
Hay otra virtud en todo este contexto: el fútbol argentino supo respetarle los tiempos a Messi. No le metió presiones. El presidente de la AFA, Claudio «Chiqui» Tapia y el director técnico Lionel Scaloni siempre tuvieron en claro que sólo él y nadie más que él en consulta con sus seres más cercanos (sus padres y su esposa Antonela) tomaría las decisiones. Y que tendría en cuenta nada más que las respuestas que le fueran dando su mente, físico y sus 38 años de edad. Por eso, hicieron bien en dejarlo resolver por su cuenta, sin hablarle encima.
Queda claro que la velocidad y la reacción de las piernas de Messi ya no son las mismas que las que tuvo en la primera década de su carrera fenomenal. Pero mantiene intacta la rapidez de su lectura de juego y su fenomenal entendimiento de los momentos de cada partido. Como además, la motivación sigue en pie, el gen competitivo continua acelerándole los latidos de su corazón y además, se siente feliz, contenido y respetado cada vez que viene a jugar para la Selección, salvo algun hecho inesperado que se dé en los seis meses anteriores, volverá a capitanear a la Selección Argentina en el próximo Mundial. Pero sin perder de vista que su tiempo en el fútbol se está agotando. Por algo dijo que la de este jueves ante los venezolanos, será su última función oficial en el país con la gloriosa casaca número diez que tanto honró.
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